Una vez, mi tía (que es como mi madre) me confesó que cuando nací me miró a los ojos y sintió una conexión inexplicable. Sus ojos se llenaron de amor, deseos de protección y mucho cuidado para mí. La entendí cuando Alai, cuyo nombre significa alegría y celestial, me miró a los ojos una vez que buscaba abrigo. Tenía un mes y solo se quedaba en paz si dormía cerca de mí. Llegó en un momento en el que me sentía sola y sin esperanza. Desde ese entonces y doce años después, esa conexión siguió tan intensa como en su primera noche conmigo. Una perruna poderosa, valiente, llena de carácter, protectora de los suyos y tremendamente cariñosa. Cada paseo en la playa, en el parque, en el cerro o en el auto buscaba mi mirada y cuando la encontraba, seguía con seguridad. Alai era mi compañía máxima, ese corazón y ese cuerpo me inundaban de amor y hoy, con nostalgia siento su olor, sus langüetazos infinitos. Ella entendía todo: «Alai, dame un beso» (procedía a lamerme sin detenerse), «Alai, eso no se hace» (bajaba sus orejas y se tiraba al suelo), «Alai, te amo» (me miraba fijo y se acurrucaba lamiendo mi mano)». Ella me enseñó que todo es amor. Pasé su infancia de cachorra, cuando se intentaba subir a la mesa y se caía, cuando se escondía entre las sábanas con mi papá (sabiendo que él jamás quería un perro), cuando usaba vestidos y abrigos hechos por la mejor amiga de mi mamá. Pasé su adolescencia, una perrita con las orejas de murciélago y cuerpo de deportista, comiéndose todo lo que veía (se escapaba y asaltaba basureros y una vez un Mcdonalds), incluso pájaros y moscas. Y, finalmente, su vejez, donde le costaba un poquito caminar, pero su constancia la permitía avanzar: disfrutar del agua de mar, intentar subirse sola a nuestra cama, comer moscas, cazar ratones e incluso abejas (salió perdiendo esa vez). Pero seguía siendo mi chiquitita. Yo, dormía tomándole la pata, nariz con nariz e incluso podía dormir mejor porque escuchaba sus ronquidos. Era un sonido de paz. Mi gorda es mi familia, mi soporte emocional, mi amor verdadero y duradero. Hoy la llevo en mi corazón que se aprieta cuando no oigo sus patitas detrás de mí o cuando sé que no está en el plano terrenal. Sin embargo, sé que el más allá es más bonito si está ella. Allí cuidará a los suyos, comerá todo lo que quiera devorar, saltará y lamerá infinitamente. Fue un honor compartir toda su vida con ella, me llené de amor. Soy afortunada de que una hija de cuatro patas llegara a mí, pues me permitió ser mejor humana y entregarle todo, hasta la muerte con dignidad, pues la recibió con elegancia y humildad. Alai es inigualable, es fuego, es poder. Alai es EL amor.